Entrevista a Javier Feliz Álvarez, director de Operaciones de Desconect@ y experto en salud mental juvenil

Vivimos en una época en la que la salud mental de niños, niñas y adolescentes ha pasado al primer plano de la preocupación social. Trastornos de conducta, adicciones tecnológicas, ansiedad, agresividad o aislamiento son realidades cotidianas tanto en hogares como en aulas. En este contexto, profesionales como Javier Feliz Álvarez se han convertido en voces clave para comprender y abordar estas problemáticas.
Psicólogo clínico y criminólogo, con casi dos décadas de experiencia, Javier ha trabajado con jóvenes en crisis desde un enfoque clínico y educativo, tanto en el ámbito de la hospitalización como en centros de atención de día. Actualmente es director de operaciones de Desconect@ Terapéutico, un centro referente a nivel nacional en intervención con adolescentes con trastornos de conducta y adicciones a las nuevas tecnologías. Su mirada es a la vez realista, crítica y profundamente humana.
En esta entrevista conversamos con él para entender qué está pasando con nuestros adolescentes, cómo se manifiestan las nuevas formas de sufrimiento emocional y qué herramientas reales tenemos para acompañarlos mejor.
¿Cómo describirías el perfil de adolescentes que actualmente acuden a Desconect@? ¿Qué patrones comunes observas en su conducta?
El perfil de quienes llegan a Desconect@ suele incluir fracaso escolar por TDAH mal tratado, dislexia, problemas de conducta, trastornos de la conducta alimentaria, dificultades con el uso de la tecnología y desmotivación. Observamos patrones conductuales, emocionales y familiares que requieren intervención. A nivel de conducta, son frecuentes la adicción a videojuegos, autoestima baja, problemas de identidad, aislamiento, conflictos familiares y dificultades para relacionarse en el ámbito educativo.
La conducta puede ser externalizante —rechazo de normas, baja tolerancia a la frustración, conflictos en casa— o internalizante, es decir, cuando guardan para sí sus emociones debido a autoestima baja o experiencias de bullying o ciberbullying. También vemos adolescentes con dificultades para hacer amistades, que se sienten solos, arrastran traumas o crisis. En este caso predominan las conductas internalizantes, aunque ambos perfiles son frecuentes.
Las adicciones tecnológicas han ganado protagonismo en los últimos años. ¿Cuál crees que es el mayor riesgo oculto de estas adicciones?
Han ganado protagonismo porque todo es cada vez más tecnológico, y eso está muy relacionado con lo que le pasa a la adolescencia. Vivimos en una cultura sin esperas ni pensamiento a largo plazo, todo es impulsivo y orientado a fomentar el uso de pantallas. No se trata de demonizarlas, sino de que su uso sea adecuado a la edad. Vemos cómo se entrega un smartphone cada vez más pronto, a los 10 u 11 años, cuando antes era a los 13 o incluso 16.
El problema está en el potencial adictivo de redes como TikTok, Instagram, WhatsApp o YouTube. No son redes, ni sociales: son mecanismos de control y venta diseñados para manipular pensamientos. Afectan especialmente a quienes aún no tienen una identidad formada. Buscan respuestas sobre el cuerpo o la vida en general en Internet, y eso puede llevarlos a desarrollar problemas de salud mental.
Las empresas tecnológicas argumentan que las redes no provocan trastornos, pero sí los fomentan. Además, se ha disparado el fenómeno de la dismorfia, potenciado por filtros y modelos inalcanzables generados con IA. Aumentan las operaciones estéticas en menores de 25 años. El “quién quiero ser” ahora pasa por lo que hacen los influencers, por las marcas que usan o los productos que recomiendan. Y quienes consumen ese contenido no son personas adultas, sino chicos y chicas con personalidades aún en desarrollo.
¿En qué momento una conducta con pantallas deja de ser un “uso intensivo” para convertirse en una adicción?
Hay que distinguir entre uso, abuso y adicción. Un uso normal implica equilibrio. Pero si él o la adolescente baja en sus notas, se aísla, pasa mucho tiempo con el móvil sin compartir lo que ve, consulta el dispositivo en lugares como el baño o su habitación —espacios privados—, puede haber señales de riesgo.
Cuando el uso afecta su vida cotidiana y no puede dejarlo, hablamos de abuso o adicción. Las señales incluyen cambios de humor, enfados en casa, resistencia a las normas, discusiones constantes por la tecnología, insomnio, agresividad, autolesiones, o contacto con personas desconocidas por redes. Ahí es cuando se cruza la línea del uso saludable.
Has trabajado en centros de hospitalización y residenciales de día. ¿Qué diferencias clave hay entre intervenir desde cada uno de esos espacios?
En todos los casos, la atención es tanto clínica como educativa. En centros de hospitalización nos encontramos con situaciones de gran gravedad que requieren ingreso. El hospital de día y las aulas terapéuticas, como las que tenemos en Desconect@, son recursos más comunitarios, que permiten a los adolescentes mantener su vida cotidiana y social.
Ofrecemos apoyo educativo para que puedan continuar la ESO o el Bachillerato, sin tecnología, y combinamos sesiones de terapia por la tarde con asistencia a sus centros educativos por la mañana. No es suficiente con una sesión semanal; por eso trabajamos desde enfoques clínicos, psiquiátricos, pedagógicos y grupales.
Hay adolescentes que llevan años en psicoterapia sin cambios, lo que indica que requieren un tratamiento más intensivo. Lo ideal es evitar el ingreso y optar por el hospital de día, que no los desvincula de su entorno. Aunque en casos más complejos, un ingreso puede ser necesario como paso previo.
Uno de los temas que más preocupa a las familias es la agresividad en casa. ¿Cómo se gestiona una crisis de agresividad en un adolescente?
La agresividad genera mucho malestar. Cuando la conducta es externalizante, se expresa con insultos, amenazas, portazos. Cuando es interna, como la autolesión, también es agresividad, pero parece que pesa menos porque no va hacia otras personas.
Lo primero es diferenciar a la persona de su conducta: no decir “mi hijo es agresivo”, sino entender que la agresividad es resultado de un malestar. Hay que evitar decisiones impulsivas y pedir ayuda profesional. Después de una crisis conviene hacer seguimiento y trabajar en familia, sin culpas, buscando soluciones comunes. La agresividad suele tener causas profundas: bullying, ciberbullying, ansiedad, sentirse solo o sola. Hay que actuar con calma y criterio clínico.
¿Qué papel juegan las familias en el tratamiento de los trastornos de conducta? ¿Cómo pueden acompañar sin sobreproteger?
Las familias deben estar atentas a lo cotidiano: amistades, redes sociales, convivencia, descanso, alimentación, preocupación excesiva por el físico, relaciones sociales. Es normal que haya cambios en la adolescencia, pero no lo es que pierda 10 kg, se autolesione o deje de asistir a clase.
Acompañar es observar, estar presente, preguntar, sin caer en la sobreprotección. Y si se detecta algo fuera de lo común, buscar ayuda profesional.
Muchos adolescentes hoy presentan baja tolerancia a la frustración. ¿Cómo se trabaja esta habilidad desde el acompañamiento terapéutico?
Depende de la edad y del caso, pero generalmente se trabaja desde la puesta de normas y límites, y abordando la parte emocional. Si además hay conflictos parentales, el o la adolescente puede intentar aprovecharse. Por eso el trabajo debe ser familiar y grupal.
Hay una tendencia a la sobreprotección. A veces decimos “si te esfuerzas, lo conseguirás”, pero no siempre es así. También escuchamos “quiero que mi hijo o hija sea feliz”, pero si les preguntamos a los menores qué es la felicidad, la respuesta será difusa.
Lo que fortalece en la vida son las experiencias y cómo las enfrentamos. En terapia buscamos que aprendan a afrontar frustraciones, tomar decisiones, entender y respetar límites, aunque sus figuras adultas no estén presentes. Así desarrollan autonomía emocional.
¿Qué señales deberían alertar a un docente o tutor sobre un posible problema de salud mental en el aula?
No podemos pedirle al profesorado que sea psicólogo, psiquiatra o educador social. Su labor es enseñar. Pero sí pueden detectar señales y pedir ayuda. Hace poco, un docente me comentó que tenía una alumna que se autolesionaba y me pedía pautas. Le dije: “Sácate la carrera de Psicología, haz un máster en Psicología Sanitaria, trata casos durante 20 años y luego intervienes”.
Lo importante es que ya hizo lo que tenía que hacer: detectar y pedir ayuda profesional. Esa es su labor, y es valiosa.
En tus publicaciones mencionas el “pensamiento previo a la acción” como una estrategia clave. ¿Podrías explicarlo brevemente y su aplicación práctica?
La conducta es el final de muchas cosas. Yo trabajo con el modelo PEC: Pensamiento, Emoción, Conducta. Cuando una persona se autolesiona o reacciona con agresividad, lo primero que hago es ir a la E: la emoción. Luego a la P: ¿qué pensó antes de sentir eso y de actuar así?
La clave está en entender el proceso previo a la acción. No se trata solo de controlar la conducta, sino de trabajar los pensamientos y emociones que la originan. Cada caso requiere una estrategia distinta, pero siempre es esencial llegar a las causas profundas.
¿Qué mensaje te gustaría enviar a los jóvenes que hoy se sienten desbordados por la presión social, la inmediatez y la autoexigencia?
Primero, que hagan deporte, tengan hábitos saludables y salgan. Segundo, si se sienten desbordados, con ansiedad o pensamientos negativos repetitivos, que pidan ayuda antes de que la situación empeore. Ir a una consulta puede ser como llevar el coche al mecánico: a veces solo hace falta una revisión.
Y tercero, que entiendan que la vida no es solo felicidad ni éxito constante. También se aprende de las derrotas. Vivimos en una cultura donde todo debe ir bien y mostrarse perfecto en redes sociales. Pero es necesario fomentar también la cultura del esfuerzo, porque la adolescencia es una etapa crítica que requiere maduración emocional.
En un mundo donde los y las adolescentes se enfrentan a un ruido constante y a menudo a un vacío emocional profundo, la labor de profesionales como Javier Feliz Álvarez se vuelve imprescindible. Su enfoque combina ciencia, experiencia clínica y sensibilidad humana para abrir caminos de intervención, contención y esperanza.
Como familias, docentes o sociedad en general, es momento de dejar de mirar a los y las jóvenes desde el juicio o el miedo, y empezar a acompañar desde la comprensión y la acción consciente. Porque cuidar su salud mental no es solo una responsabilidad profesional: es una tarea colectiva.